Cádiz, tacita de plata, sirena del océano, aquella ciudad de 3000 años, la más antigua de occidente. Eternamente ligada a las mareas, al levante y al poniente, al sol que la ilumina. Cádiz, de brisa marina, de olor a sal, qué suerte tenemos los gaditanos de ser hijos tuyos, de poder contemplar el ocaso desde nuestra Caleta. Siempre serás, para todos nosotros, la más bonita del mundo, y para mí el lugar al que siempre querré volver, ese sitio que mi alma viajera siempre echará de menos. A ti vendré, una y otra vez, y de ti hablaré allá a donde vaya, que se note que soy y siempre seré gaditana. Y ya lo decía Rafael Alberti (1983):
"De la Andalucía que yo amo, amo un lugar que es la bahía gaditana, a la que yo debo todo lo de mi vida. Yo soy un poeta profundamente con las raíces en el agua de aquella bahía (…) cuando digo la palabra mar estoy nombrando el mar de la bahía gaditana. Y yo me siento tan profundamente ligado a aquel lugar que no puedo ser de otra parte aunque esté lo más lejos que esté" (21:40).
Criada junto al océano Atlántico que baña nuestras costas, cada fin de semana en la playa desde que nací, sin importar la época del año, he pasado incontables horas en esas arenas blancas, mecida entre las olas. Si cierro los ojos y pienso en mi infancia, lo primero que visualizo siempre es la playa de Castilnovo, allí, la gran mayoría de las veces me veo junto a mis padres, que desde bien pequeña me enseñaron a valorar la naturaleza y a cuidar de ella, pero en otras ocasiones recuerdo a todos aquellos niños que conocí, con los que crecí, con los que disfruté cada regalo de esta costa adorada, respetando a los peces, escarabajos, gaviotas y conchas, explorando sus dunas, dibujando sobre la arena, y dando rienda suelta a nuestra imaginación. Pasaron los años y nuestros caminos se fueron separando, pero ahí sigo yo, porque para mí, poder disfrutar de la calma de nuestras preciosas playas, y todo lo que la costa gaditana me ha enseñado, hace que la valore y admire aún más, y qué mayor placer que seguir haciéndolo acompañada de mis padres.
Cada semana espero con ilusión los días soleados, para acercarme a la costa siempre que puedo. Me siento frente al horizonte a contemplar con admiración la belleza del océano. Pero esa calma, recientemente se convierte a menudo en preocupación y ansiedad climática, ¿cuánto tiempo más va a perdurar este lugar al que tengo la suerte de poder llamar paraíso?, ¿cuántos años tardará en desaparecer?, ¿qué será de estas dunas, de estos acantilados, y de estas especies que lo habitan?, y en especial ¿qué será lo primero en hacerlos desaparecer?, ¿será el turismo masivo?, ¿la contaminación de nuestras playas y océanos?, ¿la descontrolada producción a velocidades descabelladas en una sociedad consumista de objetos que acaban siendo desechados?, ¿la pesca industrial de fondeo que está arrasando los fondos marinos? o ¿será el cambio climático que está provocando la subida del nivel del mar, el retroceso de las playas y la subida de la temperatura del agua, y por ende el blanqueamiento y posterior muerte de los corales, y con ello la vida marina a la que alimenta?. Todo el planeta se ve amenazado por los actos del ser humano, y de nosotros depende revertir los daños causados hasta ahora. Como bien decía Cousteau, solo se protege lo que se ama y solo se ama lo que se conoce (Matsen, 2009). ¿Y qué mejor modo de dar a conocer y transmitir ese amor que a través de la fotografía?
Cuando consigo olvidarme de esa ecoansiedad, vuelvo a recordar lo fascinante que es el océano y todas sus relaciones con el resto de fenómenos científicos. Damos por hecho que el agua está ahí, que existe y que es azul, pero nos olvidamos de la gran relación que el océano establece con la luz, y ¿qué sería de ese azul sin nuestro querido sol?
Es ahí cuando uno se da cuenta, de la diversidad de efectos lumínicos que se generan cada día sobre su superficie, diferentes e hipnotizantes. El mar refleja la luz solar y crea un camino brillante que nos conecta en línea recta con el astro, sin importar desde qué ángulo observemos el agua. Refleja en todas las direcciones y nos acompaña allá donde vayamos, ya que toda la superficie refleja, pero solo percibimos la luz que llega directamente a nuestros ojos. Esta interacción se explica científicamente: "el sol se refleja en los mares y océanos porque el agua actúa como una superficie lisa a escala macroscópica. Una superficie ondulada -pero localmente lisa- reflejará el sol en diferentes ángulos, creando distintas imágenes observables del sol" (Ashish, 2023).
Este proyecto consiste, por tanto, en una serie de quince fotografías en las que poder explorar diferentes variables, como las rugosidades de la superficie acuática, los ángulos de observación, la intensidad de la luz y otras cuestiones científicas, desde un enfoque más artístico y visual, buscando la mayor variedad posible. Porque con la fotografía, “nos podemos preguntar acerca de los mundos simbólicos que se crean a través de ella. ¿cómo son y cómo se crean?” (Leal, 2024). Lo que nos lleva a observar y tomar conciencia de cómo seleccionamos los lugares y realidades, así como cuestionarnos las diferentes formas de ver, de mirar y a su vez atribuirles significados (Leal, 2024). Y a estas diferentes relaciones luz-océano, incluyo una perspectiva que nos muestre como los rayos penetran la superficie marina, efecto que se ve afectado por la transparencia del agua (que será mayor o menor según la presencia o ausencia de materia en suspensión), además del grado de agitación que está presente (French Federation of Underwater Studies and Sports, Underwater Environment and Biology Commission, s.f.). Porque tomar fotos dentro del agua (y bajo ella) nos ofrece una nueva e interesante manera de observar, algo a menudo desconocido. Y a la vez, nos garantiza un fascinante punto de vista de lo que ya conocemos (Wallasch, 2011).
Gracias al gran poder narrativo de la fotografía, siendo capaz de construir relatos visuales, transmitir emociones y establecer una conexión entre la imagen y quien la observa. Nos permite mirar más allá de lo evidente, así como descubrir detalles ocultos y sentir la esencia tanto de un lugar como de su gente (Endara & Valencia, 2023).